domingo, 18 de diciembre de 2011


En esta casa no se habla más de política. Publicación en Falsaria

"En esta casa no se habla más de política "
El puño encrestado y reumático de la anciana, se alzaba como reclamando un lugar en la discusión.

Se encontraba al borde de la senilidad, muchos años de historia cargaba en su cuerpo degradado; dos de sus hijos había enterrado y la misma procesión supo llevar con solemnidad inquebrantable, cuando su inseparable hombre murió. Observó dos dictaduras desde su perspectiva práctica de hogar, acompañó con sus plegarias nocturnas a un par de santos pontífices, nunca se sintió manchada ni objeto de rumor de las mujeres del barrio, que entre escobas y baldes se ponían al día con los eventuales escándalos y, proseguían con la limpieza de la acera.
Con su esposo e hijos siempre vivieron al día, pagaban sus deudas y se inculcaron como premisa; que el buen pagador siempre tiene crédito y que las deudas, como la amistad, son llevaderas si las cuentas son claras, inmaculadas.

Muchas reuniones familiares llenaron sus días, pero siempre recordó aquella navidad cuando tenía ocho años. En la actualidad se le llamarían un trauma sin resolver, pero lo cierto es que repetía en sueños, la discusión, los gritos e insultos, todo el dolor que el resentimiento obligó a un distanciamiento durante un tiempo, de los integrantes de aquella numerosa familia que celebraban siempre que podían, el valor de estar juntos.
La mayoría de las casas por esos tiempos eran enormes; con tantas habitaciones para limpiar, amplios salones que albergaban numerosos invitados y cocinas inmensas para alimentar legiones de bocas. Un hogar así, no pertenecía exclusivamente a familias de ilustre abolengo, en este caso el terreno donde se edificó el caserón, fue comprado con grandes esfuerzos, basado en privaciones y conducta austera.

En la navidad que más dolió, coincidieron en la asistencia los cuarenta y ocho integrantes de la familia incluidos los niños, que fueron depositados en otra mesa, un poco alejados del universo donde los adultos conversaban con una verborragia exultante, llenaban las copas y vasos para beber sin escrúpulos, una licencia que el evento permitía.
La niña no pudo contener un grito de alegría cuando vio llegar a su tío. Lo admiraba por ser el más joven, siempre dispuesto a sonreír y lleno de trucos de magia que la sorprendía; rosas que salían de la delicada oreja de la pequeña y que eran obsequiadas llenándola de elogios, como corresponde a una princesa, así la titulaba cuando el tío le prestaba su atención.
Este hombre siempre proclive a la elocuencia, no dejo pasar ningún momento para lucirse en la oratoria; adosar el humor exacto en sus observaciones, motivado en la galantería con las mujeres de la casa, siendo estas las tías viejas, feas sobrinas o las recatadas cuñadas. Desde su llegada hasta el comienzo de la discusión (con el mayor de esos nueve hermanos), fue el centro de atención; el que proponía juegos, tópicos para el cotilleo o los elogios de los aperitivos servidos y que el resto de la familia seguía sus apuntes, cierto es que también era objeto de burla y solapadas críticas por su bohemia y despreocupada forma de vivir.
La atmósfera de júbilo se ensombreció, cuando se instaló en la charla las visiones que los hombres tenían de la situación del país. El advenimiento de un político que la historia lo juzgaría como dictador y la mano dura que caería en la población durante casi veinte años. Por aquellos años este caudillo levantaba un gran clamor entre las masas, pero sus ideas que en realidad el vulgo desconocía, habían sido insinuadas en algún que otro discurso oscuro. Los que sentían la victoria inevitable de este hombre, estaban alarmados y veían el futuro demasiado caótico, para revertirlo. Entre los que representaban la oposición se encontraba el tío que era el alma de la fiesta, pero se mantenía al margen de la discusión, ya que la mayoría en esa víspera de Nochebuena, veían al político como el líder que el país necesitaba.
- ¡A mí nadie me llama ignorante!-. Fue el estruendo que precipitó la cadena de insultos que se propinaron los hermanos, cada palabra abrían heridas irreversibles, la miseria con la que se arrojaban era de una tristeza patética. En aquel muladar familiar, surgió un vórtice de injurias, que manchaba a cada integrante sin discriminación.
Como pasquines anónimos entre el griterío, se insinuó algún detalle íntimo, cierta infidelidad que zanjaría totalmente la relación entre los hermanos, otra voz más fuerte se alzó entre el gallinero envilecido. La voz patriarcal terminó la airada disputa; – ¡En esta casa no se habla más de política, carajo!-.
Ambos hermanos salen para finalizar el rencor que se desató, cierran con fuerza portentosa, hasta casi desamurar la puerta de entrada. Luego se escuchan los gritos y todos los hombres salen a ver, como se desangra el menor y más alegre de los hermanos, el alma de la fiesta estaba transitando las agonías de la muerte.
Algunas mujeres se llevan las manos a la caras, en señal de vergüenza, miedo o culpa, otras quieren corren al lugar donde el cuerpo se encuentra y son interceptadas por brazos fuertes que las detienen. La niña llora desconsoladamente porque intuye todo pero no pudo decir, ni hacer absolutamente nada.

Los años pasarían, el inevitable distanciamiento que enfría la memoria, efectuaría el milagro de la reconciliación sin mediar palabras, la niña que sufrió, continuó envejeciendo como el sillón que ahora ocupa, ella parece estática bajo un autismo de vejez.
La anciana de repente recobra el fuego en los ojos, que aumenta como el volumen en la velada, un chiste mal entendido enciende la pólvora de la envidia y la terquedad. La vieja no puede entender internamente; como estas nuevas mujeres hablan por encima de los hombres, como dejan que sus pequeñas hijas intervengan en las conversaciones de gente grande, con una impunidad inusitada para ella. Si hace setenta y ocho años atrás hubiera emitido el mínimo comentario, cualquier de sus mayores la hubiera censurado y su mejilla habría pagado su intromisión.
Tampoco comprende esos atuendos tan ajustados, tan livianos e impúdicos, que su mente de intermitencia entre la lucidez y el absurdo no le permite aceptar. Se acomoda en el sillón con nerviosismo y agilidad, como si fuera a saltar, su artritis parece olvidada, está excitada ante los nuevos gritos, que son ecos del pasado, como una historia que siempre esperó y tenía la certeza que se repetiría.

Ahora desde su habitual rincón, levanta las articulaciones cansadas; quiere participar, defender, discutir, ganar su lugar en la familia, establecer la paz o desatar la guerra, nuevamente queda por fuera, aquella niña que no podía hablar vive su segunda oportunidad, pero le llega encontrándola muy vieja para que la escuchen y morirá con esa cuenta pendiente.

Adiós, Falsaria... jejeje

2 comentarios :

omar enletrasarte dijo...

daremos una vuelta, saludos

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Realmente me gustó la historia.
Saludos.